domingo, 4 de febrero de 2007

Árbol

A veces escruto los ojos de los otros a la espera de que su reacción sea la mía y temblar de susto o de alegría si se dan cuenta de quién soy, o simplemente si les irrito y me empujan, me escupen o me insultan; pero nada. Desde hace quince años el cosquilleo de los insectos es lo más parecido a las caricias mientras el viento, si sopla fuerte, mece las hojas de mis ramas intentando arrancarme la tristeza para que sepa vivir como árbol de pradera ¿Es qué nadie se da cuenta de que donde yo quiero estar es andando por la carretera?. Nada de preámbulos, nada de historias. Y olvidarme de estas piedras, de estas lunas, de la soledad entera; de estos pájaros que llenan de piares mi sesera; de las máquinas de cosechar y de las sombras de las nubes cuando en sus adioses reflejan otros continentes al pasar. Para al fin girarme, y dar la espalda a la encina que me abandonó cuando más la amaba... ¡Cuánto la quiero! Grito ahora que los dientes de la sierra se me clavan en el ombligo.