sábado, 14 de abril de 2007

De profundis.

Los libros de la estantería me susurran su nombre, una maldición que no me deja descansar desde hace semanas, o meses... estoy seguro que años si pudiera recordar mi adolescencia. No me abandona y tampoco me permite compartir su repicar con la memoria de otros... Nada recuerdo de aquel que pintaba en azules, ni el que tuvo un accidente... ni del estúpido que hablaba siempre... ni mujeres; mujeres... ninguna. Pero su nombre, una y otra vez, una y otra vez, persiguiéndome sin descanso. ¿Fui yo quien arroje a la hoguera todos sus libros? Debió de ser así... creo. Ya casi no recuerdo, no recuerdo nada, eso me preocupa pero no me alarma. Bueno me alarma pero no me detiene. No me detiene aunque no sé hacía donde tengo que dirigirme. Camino sin saber hacía dónde... como el destino... creo. Observo los escaparates, sonrío a las amables personas que me saludan aunque yo no recuerdo sus nombres. No recuerdo sus nombres pero me llaman artista -“¡Artista!”- ha gritado alguno desde la otra acera... Imbecil. Responder al teléfono ya no lo hago, no conozco quién llama; no confío en nadie. Paseo sin saber cómo encuentro de nuevo mi casa, mi habitación. Se lo debo todo a mi perro. El único. Mi perro... se llama... da igual... una mañana ya no me acordaré y le llamaré... cómo le llamaré... ¡Bah!... ¿Cómo le habré llamado hoy? ¿Cómo te he llamado hoy? ¿Cómo te llamabas?... Mi hija me trae la comida. Ella dice que estoy bien para mis años... no sé tampoco mis años. Mi hija no viene siempre... o yo no la veo. ¿Cómo te he llamado hoy?... Mi hija se parece a su madre. Mi hija fue hija única... Otra vez ese nombre, otra vez ese dichoso nombre. Tanto tiempo en la cabeza me habrá hecho daño. Me duele pensar en su nombre pero fue grande, el más grande de entre todos los pintores. Sabía qué era la Pintura. No recuerdo mis cuadros... pero los suyos los tengo grabados en la cabeza... Los míos casi los he... yo pinté hasta los... treinta y... cuarenta y... dos... Era bueno, muy bueno, yo era el mejor, el más diestro, el mejor... Era bueno; bueno y sensible, dice mi hija. El mejor. Bueno, muy bueno... Él era peor pintor, peor persona, peor en todo, y dibujaba muy mal... Dibujaba... mal; hacía dibujos vulgares. He tenido todos sus libros... Los que me regaló, sí, eso es, sí, los regalados fueron los primeros que quemé... Ven aquí ¿Cómo te he llamado hoy?... Asistí a todas sus exposiciones, allí donde se celebraran. He viajado mucho, he ido a América y a Asia... y... a... Ahora ya no pinto. Ya pinté lo mejor que tenía que pintar. Nadie lo ha superado. No conozco a nadie que pueda pintar mejor... Sólo yo podía pintar mejor que yo... pero no quise. No quiero comer más... Hoy no saldré a la calle... más. Hoy, mi hija, me ha dicho que ha muerto... que el nombre a muerto... Se ha confundido en la fecha de su muerte. Mi hija dice que murió hace treinta años: -“igual que mamá”–. Casi no recuerdo nada pero la palabra “muerto” y “treinta años”, y “mi mujer”, no se me olvidan; su nombre tampoco... aunque no lo recuerdo. ¡Muerto! ¡Treinta años... muerto! Alguien tan grande. El más grande que hemos tenido nunca. No puede ser; Imposible... Hace treinta años. ¡Dios! Lleva treinta años muerto... empiezo a recordar..., ¡Dios! Empiezo a recordar. Hace treinta años, en su taller, después de su exposición en el Museo, la grandiosa retrospectiva junto a Zurbarán, él, heredero de la tradición... él era más grande que Zurbarán... En su taller, mientras sus hijos jugaban en el piso superior, le asesté cien puñaladas con el cuchillo empastado de rascar su paleta. Cien puñaladas... ya recuerdo. Treinta años, mi hija, su hija... ya recuerdo. Recuerdo lo que pasó, recuerdo su casa y a mi mujer con él. Recuerdo mi odio, sus voces, sus cuadros... Recuerdo que ella lloraba... recuerdo sus cuadros... y que él lloraba... no, el no lloraba... y yo también lloraba, yo sí lloraba. No recuerdo ni una sola de las puñaladas... serían veinte... o una... y el asco... el asco y el miedo... y el miedo y sus cuadros. Después nada. De nuevo ese nombre en mi cabeza, ahí está, lloviendo pintura... desgastando pinceles, arañando los lienzos, pintando, siempre pintando... Que hermosos eran sus cuadros ¡Hermosos! ¡Únicos! Yo era bueno, era el mejor, todo el mundo lo decía... Si pudiera recordar los años de colegio... y después... Pinté hasta... los cincuenta... y cinco. Era el mejor. Que lástima que no recuerde mi nombre... ni el suyo... ¿y mi hija no viene hoy? Alguna vez mi hija me lo ha dicho... me llamo... empieza por T... o por S: ¿Cómo me llamo... chucho... cómo me llamo... dime?... Mierda... da igual. Otra vez el nombre ¡Ese maldito nombre! ¡Ese nombre completamente vacío para mí!