sábado, 14 de abril de 2007

A debate.

Abandonado a su suerte, una madrugada de marzo, junto a la caseta del guarda entre la montaña y el valle, lloró la pérdida del camino, traicionado -pensaba él- por su olfato: –“¡A los perros les traiciona el olfato!”-, dijo la musaraña abrigada por las hojas caídas del otoño; –“¡A los perros les traiciona el amor!”-, replicó jocoso el caballo mirando de soslayo entre los maderos de la finca; –“¡A los perros siempre les traicionó el hambre!”- contestó el zorrillo mientras husmeaba en un agujero del suelo; –“¡A los perros les traiciona el juego!”- susurró la voz de la ardilla detrás del árbol, -“¡El juego, y la fiesta, eso les traiciona!”- gritó otra ardilla desde la copa; –“¡A los perros les traiciona su pereza!”- musicaba con sus patas traseras la cigarra; –“¡A los perros les traiciona su coquetería!”- cantaba el ruiseñor anunciando, ya de paso, la mañana sobre la rama apoyada en el río; –“¡A los perros les traiciona su memoria!”- dicen que dijo el pececillo cuando saltó en el agua; –“¡A los perros les traicionan las prisas!”- parece que apuntó aquella liebre que escapaba del cazador; –“¡A los perros les traiciona su nervio!”- escuchó intranquilo el gorrión decir al Halcón mientras éste le rondaba desde lo alto del plomizo cielo; -“¡A los perros les traicionan los hombres!- balaban a lo lejos las ovejas encerradas en el matadero; -“¡A los perros les traicionan otros perros!- ladró el perro del alcalde; –“¡A los perros sólo les traiciona el ser perros!”- dijo por último el muchacho: -¡A quién se le ocurre seguir los pasos de los hombres!”-.