lunes, 11 de junio de 2007

Del miedo (II).

Pisaba cantando la nieve y el barro mientras subía a aquella casucha en lo alto del monte; contenta reía y reía, hasta veros rompiendo los huesos de aquella cabrilla. Balaba la pobre en rojo teñida, manchada de tierra, de sangre, y de piedras; reíais, reíais, con cada pedrada, en cada patada, a cada balada. La tarde rompió a lagrimas en mis ojos, y mis gritos os ahuyentaron como quías de pastor, corristeis en silencio sin esperaros y sin saber si era perro, lobo, o halcón. El susto y el miedo os condujo ciegos hasta el cortado; uno, intentó atravesar de un salto aquel precipicio, el otro le siguió llenando el vacío, y sólo el último se salvó al tropezar antes de huir por el fatal acantilado. Fue entonces cuando enmudecí, tapé con ramas a la cabrilla, te recogí del suelo, y nos fuimos a casa de la mano cruzando una única vez nuestras miradas para sellar el secreto.