sábado, 15 de septiembre de 2007

"Parapoema".

Trato de recordar, los amaneceres al frescor del trigo en verano, los mediodías enfundados en la zamarra mientras podaba los árboles en otoño, las tardes de grisura azulada frente a la montaña nevada en invierno, y las noches deseando que se detuviera el mundo en primavera para disfrutar de cada segundo que pasabas a mi lado imaginando que el Sol nunca saldría. Permanecimos tanto tiempo juntos que sólo quedó de los días tu rostro y de tu rostro su piel en verano, sus ojos en otoño, en invierno su nariz , y su boca en primavera. Tanto es así, que ahora que ya no estás aquí el tiempo ha desaparecido; trato de recordar, sí, pero es que no te olvido. Ya ves, intenté nacer para poema y me he quedado en hojarasca.

sábado, 8 de septiembre de 2007

Epitafio.

He intentado ser toda mi vida un escritor importante al que siempre reconociesen por el estilo, ese secreto de los grandes maestros en el que cada cuadro es distinto y siempre el mismo; pensaba hasta hoy. Pero pasados los años, dolorida la espalda, piernas y manos, aturullada la cabeza de pensar en lo que perdí y atisbar el fracaso de lo que apenas elegí, clausurada mi etapa de vendedor de mangueras de riego, de guía turístico, y de insignificante escritor independiente, ya no me quedan fuerzas para luchar por nada. Y lo que es peor, estaba intentando escribir mi epitafio y componer una esquela brillante que iluminase quién fui, para que los amigos llorasen tan grave pérdida al leerla, cuando me he dado cuenta que los amigos a los que pretendía conmover me abandonaron hace años, y que al resto, los que aguantaron, los dejé por un mal verso derramado sobre un vino cualquiera y un halago rápido. Suplico entonces, a quien encuentre estas líneas, que la lápida sea blanca, sin palabras ni números que delaten mi nombre ni el día de mi muerte; que me entierren aunque sólo creí de niño; que me recen plañideras y curas tras pagarles con lo poco que tenga; que sea un día soleado -ni de invierno ni de verano (de eso ya me ocuparé yo)-, y que al fondo, en lontananza, alguien pronuncie mi nombre a los cuatro vientos, hacia las montañas... Miedo es lo único que tengo en común con el mundo, miedo de saberme acabado en cuanto ponga punto y final a este párrafo.