sábado, 6 de septiembre de 2008

Valle de Nara.

Los ladrillos eran tan rojos que la casa parecía brotar de una herida en el monte. La casa era grande, tan grande como diez árboles. En tiempos cupo de todo: Un caballo, seis vacas, cinco perros, siete terneros, once cabritos, palomas, conejos, corderos, cuatro niñitos, el pastor y su mujer. Pero todo aquello es historia. La miseria se había instalado en aquellos montes. La cancela del cobertizo siempre estaba abierta pues nada tenía que guardar, y la puerta chirriaba como un cerdo en matanza. Pero esta vez no había cerdos; acababan de sacrificar al último y para tener de nuevo hacía falta cambiarlos por cabras; aunque esta vez el trueque sería otro. “Dos hijos por un burro y un buey”, dijo aquel hombre, iluminado por un relámpago mientras la madre asentía con mirada ausente. Decía que a las cuatro bocas no tenía qué darles de comer, y que apenas ayudaban en la temporada de cosecha, tan escuálidos y faltos de fuerza, y que se asustaban al ver desnucar a los conejos o tronchar el cuello a las palomas. Y que el burro no le daría tanto sacrificio; y que si algún animal se ponía enfermo, lo mataba y sanseacabó. Decía que su marido nunca estaba en la casa y que ella no descansaba, que le dolían las manos de tanta tierra y agua, y que sus huesos se le movían como piedras en saco. El trato se cerró en la puerta del cobertizo, no hubo manos ni papeles aquella tarde lluviosa. Sus hijos la escucharon hundiendo sus cabecitas en el pecho lejos de la lumbre, envueltos en húmedas y malolientes pieles. A la mañana siguiente el hombre se acercaría para llevarse del ovillo que formaban a dos de los pequeños, pero esa misma mañana, la madre sacó del cajón un gran cuchillo de matarife, el mismo con el que su marido terminó con aquel otro pastor, y dicen que persiguió a los niños por la casa como si una gata se lanzase de uñas a por cuatro jilgueros en una habitación sin ventanas. No falló; acabó con todos. No hubo gritos; qué gritos caben oírse cuando se cava un túnel en el miedo con la garganta en carne viva. Ella, se ahorcó en el bosque, y las bestias se la comieron poco a poco: primero los pies, luego el resto. Del marido no se sabe nada, unos dicen que vaga loco por la montaña, otros cuentan que le han visto jugando cerca de la charca, junto al Valle de Nara, con cuatro maderitas pulidas que hace sonar entre sus dedos... Los ladrillos siguen tan rojos, y aunque los montes y el valle hoy son otros, mi padre siempre lamenta entre lágrimas no haber tenido otro buey, otro burro más, aquel día: “Era todo lo que tenía... Eran malos tiempos para todos”.

jueves, 4 de septiembre de 2008

La...

Estaba entusiasmada y sonriente; feliz. No le importaba la nieve, los charcos, ni aquel frío que congelaba el aliento. Saltaba y brincaba como una potrilla recién nacida; tan desnuda como ella. En su lengua trabada una canción irreconocible macerada por los temblores. De su boca un nombre, y cada vez que lo pronunciaba, se detenía y lloraba. Ayer conocí el principio de la historia.
Saluda

Saluda al soldado que te ha liberado, saluda al alférez que lo alentó, saluda al Teniente que odiaba al Capitán amigo del Mayor que brindó con el Coronel, saluda al General de Brigada de atusado bigote que acompaña al Teniente General, saluda al General del Ejército y a su sonrisa de sastre. Saluda ahora que te estás muriendo, no vayan a pensar que eras descortés y lo tenías merecido. Saluda y aguanta..., que están mirando.