miércoles, 20 de enero de 2010

Mina

Las velas garabatean el dibujo en sombra de la llama en la pared, una y otra vez, como si el amanecer pensara sus colores y rápidamente lo olvidara. Al soplar, el fuego se resiste, duda entre apagarse o resucitar, igual que en la pintura; cada vez que se abandona el cuadro, éste se sueña terminado. Cuando se hace la oscuridad sólo queda el silencio silbando en el oído y el reflejo de la luz en la retina; ninguno de los dos quieren morirse. El suicidio necesita de esa misma luz. Nadie se suicida en una mina; allí se muere de asfixia o inanición; nada se apaga en lo negro.